42- La granja no se vende

La granja no se vende

-¡CUANTAS VECES TENGO DECIRLO! No importa cuanto me ofrezcan, esta granja no está a la venta y no lo estará mientras yo continúe con vida- vociferaba el señor Vreedle al hombre de saco y corbata que estaba parado frente a él. 

-Esta es la última oferta que darán mis superiores, es el triple de lo que dimos a los otros, si sigue poniendo resistencia nos veremos obligados a tomar otras medidas- contestó el hombre manteniendo su actitud serena. 

-¡ES UNA AMENAZA! ¿ME ESTÁ AMENZANDO?, !MUCHACHOS¡- gritó el señor Vreedle cual señal de guerra. De inmediato sus tres hijos varones aparecieron con armas en mano, Cleto con un revolver viejo, Martín con un pico de labrar tierra y Wilmer con un rastrillo. Por detrás del patriarca apareció Carmen, le única mujer de la familia e hija menor de Vreedle, caminando tímidamente y alcanzándole a su padre su vieja escopeta. -Ya he enfrentado demonios enternados como tú antes, ya te lo dije, si es necesario defenderé mi granja con sangre- dijo el señor Vreedle sonriendo ante su ventaja numérica, cargando la escopeta para intimidar al hombre. 

Una pequeña gota de sudor se resbalaba de la frente del enternado. Tragó un poco de saliva y, aceptando su derrota temporal, dio media vuelta para retirarse. Pero antes de empezar a caminar, giró la cabeza y dijo -estaremos en contacto-. El hombre se marchó en su camioneta de último modelo mientras los Vreedle celebraban su victoria. 

Una empresa constructora estaba interesaba desde ya hace muchos años en conseguir la propiedad de las tierras del valle de Virginia, el terreno y el paisaje que este otorgaba eran el ideales para establecer un hotel vacacional en el campo, uno que podría producir millones de dólares. No obstante, primero necesitaba deshacerse de todos los granjeros que eran legalmente los dueños de esas tierras. Un mal año de cosecha fue el detonante suficiente para que la empresa sacara sus garras y ofreciera a los preocupados granjeros una decente suma de dinero a cambio del título de sus terrenos. Aunque al inicio varios se negaron, la necesidad obligó a la mayoría de terratenientes a tomar la oferta e iniciar una nueva vida en otro lado. Así, poco a poco se fueron retirando, hasta que solo quedó uno, justamente el que tenía más hectáreas a su disposición, el viejo señor Vreedle. 

La empresa había hecho de todo para convencerlo, inicialmente duplicó la oferta que le habían hecho a sus vecinos, ante su negativa, tiempo después la triplicaron. Incluso sumado a ello, le ofrecieron un bello piso en la ciudad y becas garantizadas para sus cuatros hijos en las universidades que ellos quisieran. Sin embargo, el viejo hombre de 64 años mantenía tajantemente su negativa -Esta tierra fue de mi padre, y del padre de mi padre, ahora es mía y será de mis hijos y nietos en el futuro, así será hasta que el apellido Vreedle desaparezca- era lo que siempre respondía a los hombres entornados que iban a su casa y a aquellos amigos que sorprendidos le preguntaban porque rechazaba semejante fortuna. 

Días después de la última visita del hombre de saco y corbata, la familia Vreedle se encontraba desayunando en la mesa. Como siempre, desde que su madre falleció, la joven Carmen era la encargada de preparar los alimentos y atender a sus hermanos y padre. 

-Está asqueroso, ¿Qué tipo de leche es esta?- exclamó Willmer haciendo una mueca tras probar el tarro de leche que le había servido su hermana. 

Martín, por curiosidad, también dio un pequeño sorbo a su taza y comprobó que lo que decía su hermano era cierto -Échale ganas, Carmen, que no haces nada más que cocinar y limpiar-. 

-Tuve que comprar la leche del mercado, como recordarán tuvimos que vender a nuestras vacas el mes pasado- Respondió Carmen nerviosa. 

-Dejen de fastidiar a su hermana y tómense la maldita leche, los necesito a todos con fuerzas- Dijo severamente el patriarca de la familia a punto de tomar de su tarro. 

Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, Carmen interrumpió diciendo -creo que deberías vender, apa- 

El señor Vreedle dejó su tarro fuertemente en la mesa y sus tres hermanos se la quedaron viendo. Un silencio incomodo de unos minutos se hice presente en el comedor de los Vreedle.  Carmen, consiente de que lo que había dicho no había gustado nada, trató de insistir en su postura -No me miren así, saben que lo digo es cierto, apenas si tenemos cosechas, nuestros pocos animales están enfermos, tenemos deudas por montón, la luz se va al medio día, este terreno no vale ya nada no tiene sentido quedarnos aquí por orgullo, podemos iniciar de cero en un lugar mejor con todo ese dinero- exclamó la joven mujer, esperanzada en hacer entrar en razón a su padre. 

El viejo Vreedle se quedó callado por unos segundos, mirándola con bastante enojo, no era la primera vez que discutían del tema. Se paró de la mesa, cogió su tarro de leche y se lo bebió de un sorbo, para luego pararse frente a su hija y decirle -eres mujer, mejor dedícate a cocinar y déjanos a los hombres tomar las decisiones que importan, si no te parece puedes irte cuando quieras-. Dicho eso salió de la casa. Sus hermanos quienes compartían su mirada de desaprobación también terminaron sus tarros y siguieron a su padre. Carmen, quedó sola en el rústico comedor, con ligeras lagrimas de ira y tristeza.

A fuera de la casa, el patriarca decidió olvidar el incidente con su hija y seguir con su día. Como cada mañana le asignó una tarea en especifico a sus hijos, quienes obedecían sin protestar. Cleto, el hijo mayor y más fuerte, tuvo como misión reparar los huecos del granero. A Martín, quién era considerado el más listo de los salvajes Vreedle, le tocó hacer las cuentas del hogar como siempre. Finalmente a Willmer, el menor de los tres, le tocó cambiar las herraduras de los dos caballos que poseían así como limpiar su corral. Los tres muchachos partieron hacer lo suyo, mientras el viejo Vreedle se dirigió al camión que llevaba ya dos meses malogrado, esperaba que hoy sí pudiera hacerlo volver a andar. 

Cleto caminó hasta el granero, deseando acabar lo más pronto posible para encontrarse con su novia Sally en el pueblo, nada le vendría mejor que una buena sesión de sexo con su novia para olvidarse del estrés de los problemas de la granja. Llegó al viejo armatoste y al ver los muchos huecos en las paredes se dio cuenta que tenía para un buen rato. Caminó hacía el estante en donde se encontraban sus herramientas, colocadas en lo más alto para que ninguno de sus hermanos las tome sin pedirle permiso. Normalmente, le bastaba con estirar el brazo para tomar la pequeña caja de metal en donde se encontraban. Sin embargo, al esta vez estirar su brazo apenas si llegó a la tercera repisa del mueble. Confundido, se vio forzado a subirse en un banca y ponerse en puntillas para alcanzar recién sus herramientas. No quiso darle mucha importancia a aquello y siguió con faena. 

Empezó a cortar pedazos de madera con el arco de sierra, algo sencillo para él. Cortó uno, dos, tres, con toda la facilidad que sus fuertes brazos le permitían, sin embargo, al llegar al cuarto, la sierra no quiso avanzar más. Nuevamente confundido, sacó la sierra del trozo de madera con todas su fuerzas. Creyó que era cosa de la tabla, así que puso una nueva para intentarlo otra vez. Empujó la cierra con todo lo que tenía, apretando los dientes y poniendo firmes sus piernas, más solo pudo avanzar unos cuantos centímetros, acabando agotado. Vio nuevamente sus brazos, los cuales mágicamente se redujeron a la mitad de su tamaño, no habían rastro de musculo en ellos, eran flácidos y sin bello alguno. No se sentía bien, quizá un descanso podía recomponerlo, así decidió tomarse un tiempo, recostándose en los bloques de heno, quedándose dormido por unos minutos. 

Un balde de agua fría lo despertó, era Willmer quien venía por comida para calmar a los caballos y aprovechó la oportunidad para fastidiar a su hermano mayor. Cleto, se levantó molesto a punto de golpearlo, pero se quedó extrañado por la apariencia de su hermano. Willmer lucia más pequeño y delgado de lo normal, su cabello era más largo y mucho más claro,  incluso podía jurar que sus pantalones estaban más cortos y pequeños que en desayuno. Sin embargo, pasados unos segundos, Cleto no podía identificar exactamente que es lo que estaba mal, por lo que recodaba su hermano menor siempre había lucido así. 

-Quítate, idiota, ya sabes como se pondrá el viejo si no comen sus caballos- dijo Willmer con una voz unos tonos más aguda.

Cleto, aún en su confusión, se puso de pie y se quitó la paja que se había incrustado en su largo y sedoso cabello rubio. Bajo su mirada y observó como de su blusa blanca sobresalían dos pequeños montículos de carne, con los pezones remarcados producto del agua. Willmer se burló mientras se llevaba un bloque de heno, diciéndole que quizá sea momento de pedirle un sostén a su hermana. Cleto lo ignoró y volvió a lo suyo. Antes de cansarse más, tomó los trozos de madera que ya había cortado junto con el martillo y unos clavos. Se acercó a uno de los huecos y se puso de cuclillas para empezar a martillar. Al hacerlo vio sus hermosas y torneadas piernas femeninas al desnudo, apenas cubiertas por una mini falda vaquera. Dejó caer el martillo asombrado, él estaba seguro de haberse puesto un pantalón por la mañana. Sin aquello  le duró poco, pues debía reconocer que la pequeña falda le quedaba mucho mejor y lo hacía ver mucho más sexy. 

Pasó unos minutos martillando sin mucho éxito, no podía pegarle a los clavos con la suficiente fuerza como para incrustarlos, además que temía dañar la perfecta manicura que se había hecho en la mañana. Pero tenía que acabar, si no lo hacía su padre no le dejaría salir con su mejor amiga Sally y no podrían ver lindos vestidos. Estaba desesperado, hasta que una voz masculina dijo -Yo te puedo ayudar muñeca-. 

Cleto volteó asustado. Había un tipo desconocido que de alguna manera había logrado superar toda la seguridad de la granja de su padre. Temblando, tomó el martillo y apuntando torpemente hacia él preguntando con una voz totalmente -¿Quién eres?-. 

-¿Cómo que quién soy? Soy tu novio- dijo el chico con una sonrisa burlesca, sonrisa que alteraba por completo las hormonas inestables de Cleto. 

-¿Novio? Yo no tengo novio, ni si quiera me gustan los chicos....- dijo mientras subía de espaldas las pequeñas escaleras del granero para alejarse del hombre. 

-Pues eso no dices cuando estamos en la cama eh- exclamó riendo -vamos deja de hacerte la disforzada y complace a tu hombre- dijo el hombre sentándose con toda confianza a sus pies. 

Cleto no sabía que hacer, su cabeza le daba cada vez más vueltas, al punto que le era muy difícil pensar. Veía con curiosidad al hombre debajo de él, le resultaba atractivo, no podía negarlo. Quizá no mentía y en realidad era su novio, pero por qué apenas si podía recordarlo. El desconocido lo despojó de sus sandalias y condujo uno de sus pies desnudos hacía su entrepierna. Cleto sintió el bulto duro del hombre emerger debajo de sus pantalones, aquello sensación empezaba a gustarle, así que empezó a sobarlo lentamente mientras sonreía. El hombre respondió a las caricias del granjero empezando a besar y lamer sus depiladas piernas. El mayor de los Vreedle empezaba a ceder antes sus nuevas sensaciones, liberando pequeños gemidos como respuesta a los besos de su amado. Sintió como su pecho empezaba a adquirir más peso, formando bultos más grandes debajo de su blusa, fuera de preocuparse, condujo sus pequeñas manos a sus crecientes mamas y empezó a masajearlas, aumentando su estasis. 

-Eso es, hermosa, déjate llevar- dijo el desconocido, mientras sacaba ansiosamente su miembro del pantalón, haciendo que entre en contacto directo con los pies de la señorita, quién empezaba a masturbarlo como podía. La boca del desconocido empezó a subir por sus piernas, hasta llegar a sus perfectos muslos. Desde ahí observó con asombro como el cada más pequeño miembro de Cleto de transformaba en una húmeda vagina que era tapada por una bragas rosas. 

-Mi papi se va a enojar mucho si nos descubre- dijo Clea con una voz totalmente femenina y seductora. 

-Creo que tu papi, va a estar ocupado con otras cosas, así que por que no me muestras tus senos mi amor- dijo el hombre. 

Clea se mordió el labio y seductoramente se quitó la blusa, mostrándole sus perfectos pechos recién aflorados a su novio. 

El hombre ayudó a Clea a bajar delicadamente de las escaleras, cargándola como a una princesa y poniéndola en el piso. Admiró todo su cuerpo, apenas cubierto por una pequeña tanga rosada, asegurándose de que no quedé algún rastro de masculinidad. Y efectivamente, el hijo de mayor de Vreedle era ahora toda una mujer. Satisfecho con los resultados, se sentó el heno y se colocó a altura de su vientre. Con una sonrisa maliciosa le bajo lentamente la única prenda que la cubría, exponiendo una vagina depilada, húmeda y, lo mejor, completamente virgen. Sin pensarlo dos veces el sujeto empezó a hacerle un oral a la que a partir de  ahora sería su candente novia. 


Mientras la nueva Clea Vreedle perdía su virginidad por segunda vez en el granero, Martín se encontraba en la sala de la casa haciendo las cuentas junto a su confiable calculadora. Tenía que encontrar alguna forma de hacer alcanzar lo poco que tenían para todo el mes, lo cual parecía imposible. Desde que el último vecino vendió robar la luz ya no era una opción, quizá vender a los caballos podría darles algo de dinero para un par de meses, tal vez buscar una semilla milagrosa, miles de opciones se le pasaban por le mente, menos una, vender la granja. 

Pasó toda la mañana pensando y haciendo varios cálculos, pero nada parecía favorable. Para colmo, podía escuchar las pisadas de su hermana arriba de él a través del delgado techo de madera. Harto y fatigado, fue a ver revisar porque Carmen movía tanto. Subió al segundo piso y abrió la puerta de su habitación sin aviso, dándose con la sorpresa de que su hermanita se encontraba guardando ropa en unas maletas viejas. -¿Se puede saber qué haces?- dijo reclinándose en el marco de la puerta. 

Carmen saltó del susto y respondió hostilmente -Tan inteligente y no sabes tocar una puerta-. 

-¿Así que abandonas el barco? ¿A dónde iras? ¿Al burdel del pueblo? disculpa hermana pero necesitas un poco más de pecho si quieres entrar ahí- dijo riéndose. 

-Idiota- respondió Carmen mientras seguía guardando sus cosas. 

-Te doy dos días, luego volverás aquí suplicando perdón- Siguió burlándose, sin darse cuenta que su cabeza ya no llegaba al marco superior de la puerta. 

-Sigue jugando con tu calculadora hermanito- Dijo Carmen saliendo de su cuarto empujándolo.

Ya habiéndose divertido un poco, Martín volvió a la sala y revisó sus apuntes, sin embargo, no podía entender lo que él mismo había escrito. Intentó a volver a hacer todo desde cero, empezando desde el presupuesto que tenían, algo simple, solo debía dividirlo entre todo los gastos de la granja, pero era un número muy grande, cómo iba a hacer eso. La calculadora podía ayudar, la tomó esperanzado, pero se dio cuenta que esta tenía muchos botones con símbolos extraños. ¿Cómo podía dividir ahora?

Sintiendo que su cabeza iba estallar si seguía pensando, decidió salir a tomar aire fresco, así podría advertirle de paso a su padre la tontería que su hermana estaba por hacer. Abrió la puerta de la casa y una ligera brisa sacudió ligeramente su largo cabello rubio y lo hizo sentir cierto frío en las piernas. Bajo la mirada, solo para darse con la sorpresa de que no traía pantalones. En qué momento se había quitado los pantalones, esto no tenía sentido alguno para él. Pero si ya era extraña la desaparición de su prenda, aún más bizarro fue ver como los ligeros bellos que tenía en sus piernas empezaban a a introducirse dentro de él, dejando en cuestión de segundos unas piernas completamente lisas. 

Intentó volver a entrar a la casa, pero, para empeorar su suerte, la puerta estaba cerrada con llave. -Te voy a matar, Carmen- dijo en voz alta, pensando que se trataba de una broma de su hermana. Sin más opción, se jalo su camiseta blanca lo más que pudo, intentando cubrir sus boxers y empezó a caminar con intenciones de entrar por la puerta trasera de la casa.

Mientras rodeaba su hogar  Martín, sin darse cuenta, empezaba cambiar. Sus piernas desnudas empezaban a hacerse más delgadas y estilizadas, sus muslos se tonificaron ligeramente y sus pies se hicieron más pequeños al punto que ya no encajan del todo en sus botas. Pero eso no duró mucho, pues sus botas rápidamente se ajustaron a su nueva talla, y por si eso fuera poco, se terminaron transformando en una lindas sandalias de tacón blanco, que ayudaban a recuperar en algo todos los centímetros de altura perdidos. Más Martín poca importancia le dio a esto, el seguía dando pasos cortos mientras pensaba en cómo hacer las cuentas de las casa. 

"Vamos, Martín, recuerda todo lo que aprendiste en la escuela" se decía a si mismo, preocupado por lapsus que estaba teniendo. Muy pocos Vreedle habían ido a una escuela, ellos optaban por educación en casa, sin embargo, Martín fue una de las pocas excepciones. Fue becado por la escuela del pueblo cercano y su terco padre cedió ante sus insistencia. Mientras su camiseta poco a poco crecía, cubriendo un trasero cada vez más formado y una entrepierna cada vez menos resaltante, Martín se esforzaba por recordar sus clases. Era difícil, nunca prestó mucha atención a la pizarra, pues su mirada estaba enfocada en Bod Guillian, su profesor. 

Martín se detuvo un momento, ¿acababa de pensar que Bod Guillian, su aburrido profesor de matemática?. Sacudió su cabeza y continuó caminando, mientras la larga camiseta que ahorra llegaba hasta sus muslos adquiría un estampado de flores. Ahora sus pensamientos estaban enfocados en el profesor Bod, tan anticuado, viejo, inteligente, con unos brazos enormes, era todo un deleite verlo dar clases con esa voz grave, una voz de hombre. Martín no evitar soltar una sonrisa al recordar la vez en la que su profesor le dijo que se veía linda con gafas, desde entonces nunca se las quitó, pese a no necesitarlas. 

Atrás quedaron experiencias como la vez en la que ganó el concurso de matemática del pueblo, la vez que tuvo una novia o las veces que jugaba a futbol junto con sus amigos y sus hermanos, ahora solo podía recordar en todos los intentos en los que intentó seducir a su profesor para demostrarle que era una verdadera mujer. Se ponía faldas y vestidos cortos, blusas que denotaban su escote en crecimiento, pedía asesorías solo para instársele. Hasta que el profesor terminó cediendo a los encantos de su devota alumna y terminaron teniendo sexo en una de esas supuestas asesorías privadas. Martina recordaba cada momento con una sonrisa, a la par que sentía un ligera erección marcarse en su vestido. 

La bella joven de cabello dorado al fin llegó a la espalda de su casa. El tanto pensar en su amor del colegio le había hecho olvidar a qué lo que venía a hacer exactamente aquí. ¿A caso era algo con número? imposible, ella podía ser linda pero no era muy brillante. Trataba de recordarlo, algo tenía que hacer, pero todos sus esfuerzos por pensar se vieron obstruidos cuando vio al profesor de sus sueños masturbándose en el patio trasero de su hogar.  


Martina se quedó boquiabierta, hace tiempo que no veía a su querido profesor. Al parecer el hombre no se daba cuenta su de presencia, así que ella se limitó a obsérvalo escondida en la esquina, demasiado enfocada en su miembro como para pensar la razón de que aquel hombre esté aquí. La chica estaba más acalorada, sentías como sus pequeñas bragas se empezaban a humedecer. Decidió seguir el ejemplo de su profesor, y metió sus delgadas manos debajo del vestido y de la tanga para introducir sus dedos en su recién formada vagina. 

Ambos estuvieron masturbándose así por unos minutos, hasta que Martina no pudo resistir el placer que le provocaban sus dedos y terminó soltando un gemido muy femenino, lo cual hizo al hombre darse cuenta de su presencia. El hombre sonrió al verla y dijo -Martina, ¿Qué haces ahí?- aún con el miembro al aire, sin vergüenza alguna. 

Martina se acomodó el vestido y camino lentamente, respondió con otra pregunta -¿Qué hace usted aquí?-.

-¿Eso importa?- dijo el hombre quitándose la camisa, mostrando su pecho peludo y su barriga sobresaliente, cosas que resultaban demasiado atractivas para la joven Vreedle. -¿Tú no te vas a poner cómoda?-agregó el hombre con una sonrisa, quitándose la hebilla de los pantalones. 

Martina, a pesar que sentía que algo no andaba bien, se sintió en la necesidad de deshacerse rápidamente de su vestido, mostrándole su curvilíneo cuerpo en ropa interior salida de la nada al hombre. -Nada mal, mírate, ya eres toda una mujer- exclamó el hombre viéndola de pies a cabeza.  


Mientras sus dos hermanas follaban en distintos lugares de la granja, del pequeño Willmer no quedaba rastro. Al igual que Cleto y Martín, su cuerpo había estando mutando durante el transcurso del día. Su cabello se hizo más largo, y por comodidad, el mismo se lo amarró en dos lindas colitas de caballo. Su rostro se volvió más fino y delicado, perdiendo la poca barba que él se estaba dejando crecer para parecer más varonil. Se hizo mucho más delgado de lo que ya era, con unos brazos escuálidos y una cintura de muñeca. Su trasero creció ligeramente junto con sus caderas y dos dulces senos de copa A brotaron de su pecho, no poseía las grandes curvas de sus hermanas mayores pero sí era dueña de una dulzura y ternura que las otras dos no tenían. Su atuendo tampoco se quedó sin cambio, su vieja camiseta de futbol que usaba para trabajar, había perdido las mangas y el cuello se había extendido hasta formar una bonita blusa de tirantes amarilla. Sus pantalones rotos y rasgados se encogieron y se pegaron a sus delgadas piernas, hasta terminar convertidos en unos diminutos shorts vaqueros que daban paso a una botas de cuero. Wendy Vreedle como ahora estaba segura que se llamaba, se encontraba ordenando el heno para dárselo de comer a los caballos. 


Hacía mucho calor, y su cuerpo estaba cubierto de sudor, similar a cuando terminaba de jugar un partido junto con los otros chicos de la granja. Pronto se dio un ligero golpe así misma, pues eso era mentira, ella odiaba jugar futbol, si siquiera era buena pateando una pelota. Lo que sí le gustaba era ver a los chicos jugando, en especial a Chester, era su principal admiradora. Ahora el chico estaba impregnado en los pensamiento de la pequeña Vreedle, haciendo que se acalore bastante. 

Miró hacía los lados, asegurándose de que no haya nadie cerca, y una vez vio que el campo estaba libre se quitó la blusa exponiendo sus pequeños pezones erectos. Empezó a jugar con ellos, apretándolos como botones, imaginando que eran las manos de su amado y diciendo su nombre entre gemidos. Si ya había empezado arriba, no había razón por la cual no continuar abajo, así que se quitó sus pequeños shorts y bragas y sentada sobre el heno empezó a masturbarse. Pero sus dedos resultaban insuficientes para su elevado joven lívido, afortunadamente tenía algo grueso y frío a su lado que quizá podía ayudarla. 


Ya era medio día, el sol estaba tan candente como siempre y el viejo señor Vreedle aún batallaba con el camión. Se rehusaba a contratar un mecánico, no solo porque no tenía el suficiente dinero como para pagar a uno, sino también porque estaba convencido de que no podía ser tan difícil. Mientras movía cables y tuercas sin razón, pensaba en la breve discusión que tuvo con su hija. Ella tenía razón en que no pasaban por un buen momento, pero él estaba convencido que solo era una mala temporada y que pronto las cosas mejorarían. Vender seguía sin ser una opción, en esas tierras creció y en esas tierras lo enterrarían. 

Entonces el patriarca Vreedle empezó a recordar su niñez en la granja, como cuando junto con su madre hacían el almuerzo para su padre. El viejo se quedó en blanco por un momento, ¿él cocinando? esas eran cosas para mujeres, más su mente lo transportaba a aquellos momentos en dónde muy alegremente picaba las verduras y freía la carne. El hombre seguía pensando en silencio, mientras que sin darse cuenta su cuerpo comenzaba a cambiar, su poco cabello canoso recuperó su vitalidad, tiñéndose a un castaño rojizo, creciendo hasta su espalda amarrado en dos lindas colitas, colitas iguales a las que su madre le hacía cuando era una linda niñita. 

-No, yo soy un varón, ¿Por qué estoy pensando estas cosas?- dijo en señor Vreedle sosteniéndose la frente mientras caminaba con dificultad, pues sus caderas comenzaban a crecer hacía los lados. Más recuerdos nuevos empezaron a inundar su mente. Ahora en su adolescencia, recordaba al lindo chico de la granja del al lado, con el cual se encontraba entre los maizales por la noche, sí que era lindo. -NO, NO, NO- seguía gritando, poniéndose las manos en los oídos tratando de ignorar esos nuevos recuerdos. Tan enfocado estaba en su mente, que no se percató que su cuerpo también se estaba modificando. Su espalda se encogía y todo el exceso de grasa de su barriga se trasladó hacía su trasero y a hacía sus piernas. 

Pensó en aquella mágica noche en la que la hicieron mujer por primera vez en el viejo granero. Tenía apenas 15 años, estaba nervioso pero su novio fue tan amable y caballeroso que terminó convirtiéndose en una de las mejores experiencias de su vida. -CLETO, MARTÍN, WILLMER, QUIÉN SEA, AYUDAAAA- gritaba con una voz cada vez más femenina mientras se sentía como todo su interior se revolvía, dolor totalmente justiciable pues dentro de él se estaba formando su nuevo útero. Pero aquel encuentro no resultó tan bueno, pues a las semanas descubrió que estaba esperando un hijo de aquel lindo granjero. Recuerda perfectamente como su padre lo regaño por abrir las piernas tan fácil y las palabra severas de su madre. Al no recibir ayuda, el ya no tan viejo ni tan hombre decidió caminar por su cuenta hacía su casa. Pero tras dar el primer paso cayó desplomado al suelo, vio sus pies y dio cuenta la razón, sus botas ahora eran de un fino tacón, muy semejante al de las mujerzuelas que veía en las revistas. 

Nueve meses después, dio a luz a una hermosa niña, niña a la decidió llamar Clea. Tuvo que cuidarla solo, pues el cobarde que la embarazó termino huyendo a la ciudad, felizmente su familia lo apoyó. Sin embargo, a los meses conoció a otro hombre, un hombre que nuevamente le prometió el cielo y la luna, y nuevamente quedó embarazada, esta vez de su  segunda hija, Martina. Tendido en el piso, observó como sus viejos pantalones se encogían y se pegaban más a él, dejando ver unos muslos depilados y gordos, que desembocaban en unas caderas anchas y fértiles. 

Nuevamente su pareja lo traicionó, acostándose con otra mujer del pueblo, nunca tuvo mucha suerte en el amor, pero como le encantaba estar con varios hombres. Decidió llevar una vida más libertina, teniendo sexo cada que podía, se hizo una reputación en el pueblo, no había hombre que no hubiese probado su vagina, todas las casadas de debían cuidar a sus esposos de él o ella. ¿Vagina?, el señor Vreedle abrió los pequeños shorts vaqueros que ahora llevaba en el momento exacto para ver como su miembro terminaba de esconderse entre un par de carnosos labios. -No puede pasar pasando esto...- dijo entre gemidos jadeos. 

Sus constantes aventuras le causaron dos embarazos más, sus dos últimas hijas Wendy y Carmen, pero ni si quiera está del todo segura de quién era el padre. Al fallecer su familia, el señor Vreedle heredó la granja, pero poco ganaba con eso, una mujer como él no estaba hecha para los pesados labores de la agricultura a o la ganadería. Es así que poco se preocupó en mantenerla, llevándola a la quiebra poco a poco., gastando todas las ganancias en lencería y maquillaje. -Eso es mentira, yo he dado mi vida por este rancho- decía el viejo con una voz totalmente afeminada. Sin embargo, no podía recordar ni si quiera un acto de provecho que haya hecho por la propiedad. A su mente solo venían imágenes de ella llevando a hombres a la casa o al granero.  

Su camisa se convertía en pequeña blusa de tirantes, a la par que el cada más femenino señor se forzaba a recordar su nombre. Era algo que empezaba con M, ¿Manuel Vreedle? ¿Matías Vreedle?, no esos era nombres para varones y ella era una mujer. Sus nuevos senos empezaron a llevar el escote de blusa y cuando estos terminaron de crecer al fin pudo recordar su nombre, Miranda Vreedle. Con la respiración agitada, la bella mujer se sujeto de una parte del camión y lentamente se pudo poner de pie, sintiéndose, por alguna razón, completamente renovada. 


La señora Vreedle se limpio su gigantesco trasero de la tierra que se le había pegado al caer, para luego comprobar en el retrovisor del camión si su maquillaje estaba bien, ¡estaba hermosa como siempre¡. Continuó por un momento admirando su bella figura, hasta que una voz conocida para ella la interrumpió. 

-Miranda, buen día- Dijo el hombre enternado, el mismo que hace unos días prometió volver. 

La señora Vreedle lo miró confundida, su rostro se le hacía familiar, pero no recordaba de dónde, al menos era un sujeto bastante guapo. En un momento sus neuronas hicieron sinapsis nuevamente, y de un segundo para otro pudo reconocer al hombre. ¿Cómo podía haberse olvidado de su nuevo prometido?. Sin pensarlo corrió hacía él y le dio un intenso beso, beso que fue respondido por sujeto con una buena agarrada nalga. -¿Qué te trae por aquí guapo?- dijo Mirando viéndolo a los ojos. 

-Ya los tengo listos, los papeles para casarnos, solo tienes que firmar, legalmente serás mi esposa y te sacaré de acá- dijo el hombre sacando una carpeta de su maletín con una sonrisa diabólica que Miranda solo veía como encantadora.   

La señora Vreedle tomó los papeles sin pensarlo, y se dirigió al camión que hace unas horas intentaba reparar para poder firmarlos sin ni siquiera leer, al fin, podía casarse con hombre guapo y rico que la sacaría de esta horrible vida de rancho y la llevaría a la ciudad. Lo que la inocente señora Vreedle ignoraba era que le estaba cediendo la propiedad de sus tierras a su más grande enemigo. 

Una vez la firma estuvo en la hoja, el hombre se adueño del papel y como si fuese oro lo guardó en su maletín. La señora Vreedle feliz por estar casada nuevamente, invitó a su pareja a su habitación para celebrar, el hombre de terno no pudo decirle que no semejante a mujer. Ya en la habitación, la que alguna vez fue el orgullo patriarca Vreedle saltaba sobre la polla de su hombre mientras gemía a toda voz y gritaba su nombre pidiendo más. -Te lo dije viejo estúpido, iba a tomar otras medidas- dijo sonriendo, tarándole una fuerte nalgada. La señora Vreedle  escuchó todo claramente, pero estaba tan enfocada en su placer que no le dio mucha importancia. 


Luego de una larga hora de sexo salvaje, el hombre de negocios le dijo a su mujer que iría por un vaso de agua. La señora Vreedle se le quedó esperando en la cama para un segundo Round. El hombre se vistió y salió a la sala, en donde encontró Carmen sentada en el sofá. -¿Como si quiera es esto posible?- preguntó la chica con un rostro que reflejaba su sentimiento de culpa.

-Eso no importa, la cosa es que logramos sacarlos del camino sin tener que lastimarlos, tal como lo dijiste- respondió el hombre sirviéndose el vaso con agua que necesitaba. 

-Pero ellos.... ellas ... ¿estarán bien verdad?- Volvió a preguntar la chica. 

-Mis hombres cuidaran bien de tus nuevas hermanas y yo personalmente me encargaré de mantener feliz a tu padre ... ¿o madre? -dijo el hombre con un tono de burla. 

Carmen se quedó en silencio mirando al vacío, mientras las lagrimas se resbalaban por sus mejillas. El hombre se dio cuenta de esto, se acercó a ella y puso la mano en su hombro. -Oye, no tienes que sentirte mal, tu padre y tus hermanos iban a morir defendiendo este lugar, si es que no morían de hambre primero, tú les diste una mejor opción y una vida más tranquila, fue lo más sensato que pudiste hacer-.

-Supongo que sí...- Respondió Carmen resignándose y limpiándose el rostro.

-Y ahora tú también puedes tener una mejor vida, todo el dinero que prometí está en tu cuenta y Harvard te espera con los brazos abiertos- Dijo el hombre entregándole un sobre. 

La menor de los Vreedle tomó las maletas que había estando preparando desde las mañana, no quiso despedirse ni de sus hermanos ni de su padre, igual ellos estaban muy ocupados como para darse cuenta de su ausencia. Salió de la vieja casa y caminó por los maizales hasta llegar a la camioneta que la esperaba. Antes de que esta arrancara bajo la ventana de una de las puertas de esta solo para ver por última vez la granja en la que había crecido. 


FIN 

Esta historia está inspirada en un cap en Ingles que me gustó mucho, puedes leer la idea original aquí

Eo eo mis pequeños pervertidos, aquí su granjera favorita en otra historia que espero les guste, tanto como a mí me gustó escribirla. 

Aprovechando que no tengo mucho que decir esta vez, quiero zanjar un tema que me está empezando a incomodar. Hace un tiempo traté de establecer un mínimo de una historia por semana, cosa que traté de retomar en esta ocasión. Lo hice más que nada para mantener activo el blog y porque siempre me ha gustado que las cosas sigan un horario. Sin embargo, por esta experiencia que he tenido, veo que no es tan conveniente. 

Fuera de esto tengo una vida, a veces tengo la semana libre y me da tiempo de escribir. Otras veces surgen eventos inesperados, tareas y trabajos a los que tengo que priorizar, pues recuerden que esto es un simple pasatiempo para mí. Existen otros casos, en los que tengo tiempo pero no sé que escribir, paso horas frente a mi laptop avanzando apenas un párrafo. Lo conocen como bloqueo creativo. Es lo que me ha pasado en estas semanas. 

Por esas razones creo que establecerme un horario de publicación no es tan saludable, al menos para mí. No quiero que esto se convierta en una obligación más a la que verme presionada a cumplir sí o sí. Disfruto de escribir estas historias eróticas, por ello siempre quiero publicar la mejor versión de una idea, algo que, al menos en mi criterio, sea de una calidad optima, algo con lo que yo esté satisfecha. Y bueno, eso a veces toma un poco más de tiempo. 

Con esto quiero decir que, publicaré cuando a mí se me salgan de los ovarios png que tengo abajo. Porque no soy una maquina o una esclava, solo soy una figura png que quiere divertirse escribiendo sobre sus fantasías. 

No se asusten, con esto no quiero dar a entender que me voy a volver a desaparecer por meses. Solo quiero pedir compresión y calma cuando demore un poco más de la cuenta. Prefiero tardar un poco y traer algo que yo considere bueno, a presentarles cualquier cosa solo para cumplir la "historia de la semana". 

Supongo que ya me desahogue. Gracias a todos los que comprendan este mensaje, a todos los que preguntan por mí en los comentarios y exigen más historias, pues con eso entiendo que les gusta lo que hago, y gracias a todos por prestar atención en general. 

Sin más que decir, Sin nada más que decir se despide Valro, su vaquera favorita, hasta una próxima historia. 



Comentarios

  1. Puedes tomarte el tiempo que necesites la verdad, porque en verdad tus historias valen mucho la pena su espera

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  2. Tienes algún sitio en donde pueda enviarte una idea de posible cap

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    1. Puedes escribirme al correo: valro2121@gmail.com
      Estaré atenta :)

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  3. Muy larga y no tuvo el impacto esperado.

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    1. Pues si te crees mejor que ella ponte a hacer historias como si tu lo hicieras mejor

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  4. Para cuando la tercera parte de ya sabes que?

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    1. Hay muchas expectativas al respecto, estoy tratando de pensar y elaborar algo que las cumpla.

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  5. ValRo Sin duda la mejor historia de este blog... Palabras que son valiosas

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  6. Gracias Jacg, de mis pervertidas favoritas <3

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  7. Muchas gracias por tu compresión y palabras, mi querido amigo anónimo.

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  8. Hola ValRo Saludos oye de dónde salió está historia muy interesante.
    Siempre nos tienes muchas sorpresas.

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